Buenos días 15 /10 /2018

NOTICIAS DE CASA: Desde el pasado martes tenemos abierta la iglesia durante los recreos. Os invitamos a pasar y saludar a nuestra Madre Auxiliadora, a pedir por alguna necesidad o a dar gracias por el nuevo día.

Esta semana estamos con la campaña del DOMUND, no olvides que tu aportación es importante. ¡GRACIAS!

Lunes 15 de octubre de 2018

Dos hombres que se consideraban buenos amigos paseaban un día por la montaña. Iban charlando tan animadamente que no se dieron cuenta de que un gran oso se les acercaba. Antes de que pudieran reaccionar, se plantó frente a ellos, a menos de tres metros.

Horrorizado, uno de los hombres corrió al árbol más cercano y, de un salto, alcanzó una rama bastante resistente por la que trepó a toda velocidad hasta ponerse a salvo. Al otro no le dio tiempo a escapar y se tumbó en el suelo haciéndose el muerto. Era su única opción y, si salía mal, estaba acabado.

El hombre subido al árbol observaba a su amigo quieto como una estatua y no se atrevía a bajar a ayudarle. Confiaba en que tuviera buena suerte y el plan le saliera bien.

El oso se acercó al que estaba tirado en la hierba y comenzó a olfatearle. Le dio con la pata en un costado y vio que no se movía. Tampoco abría los ojos y su respiración era muy débil. El animal pensó que estaba  más muerto que vivo y se alejó de allí con aire indiferente.

Cuando el hombre que estaba en el árbol comprobó que ya no había peligro alguno, bajó del árbol y corrió a abrazar a su amigo.

-¡Amigo, qué susto he pasado! ¿Estás bien? ¿Te ha hecho algún daño ese oso entrometido? – preguntó sofocado.

El hombre, sudoroso y aun temblando por el miedo que había pasado, le respondió con claridad.

– Por suerte, estoy bien. Y digo por suerte porque he estado a punto de morir a causa de ese oso. Pensé que eras mi amigo, pero en cuanto viste el peligro saliste corriendo a salvarte tú y a mí me abandonaste.

REFLEXIÓN: La amistad se demuestra en lo bueno y en lo malo. Si alguien a quien consideras tu amigo te abandona en un momento de peligro o en que necesitas ayuda, no confíes demasiado en él porque probablemente, no es un amigo de verdad los verdaderos amigos se ponen en el lugar del otro y actúan como les gustaría que actuaran con ellos en esa misma situación.

.-DIOS TE SALVE MARÍA…/-MARÍA AUXILIADORA DE…/-EN EL NOMBRE DEL PADRE Y…

 

Martes 16 de octubre de 2018

Tras varias horas caminando bajo el sol un hombre pasó por una pequeña granja, la única que había en muchos kilómetros. El olorcillo a cocido llegó hasta su nariz y se dio cuenta de que tenía un hambre, llamó a la puerta y el dueño de la casa, bastante antipático, le abrió.

– ¿Quién es usted y qué busca por estos lugares?

– No se asuste, soy un simple viajero que va de paso. Me preguntaba si podría invitarme a un plato de comida, estoy muerto de hambre y no hay por aquí ninguna posada donde tomar algo caliente.

El granjero le respondió:

– ¡Pues no, no puedo! Son las cinco y mi esposa y yo ya hemos comido ¡En esta casa somos muy puntuales y estrictos con los horarios, así que no voy a hacer ninguna excepción! ¡Váyase por donde vino!

El viajero se quedó con las ganas de comer pero en vez de venirse abajo, reaccionó con astucia; justo cuando el granjero iba a darle con la puerta en las narices, sacó un billete  del bolsillo de su pantalón y se lo dio a un niño que jugaba en la entrada.

– ¡Toma, guapo, para que juegues! ¡Si quieres otro dímelo, que tengo muchos de estos!

El granjero vio de reojo cómo el desconocido le regalaba un billete a su hijo y pensó:

– “Este tipo debe ser rico y eso cambia las cosas… ¡Le invitaré a entrar!”

Abrió la puerta de nuevo y con una gran sonrisa en la cara, le dijo muy educadamente:

– ¡Está bien, pase! Mi mujer le preparará algo bueno que llevarse a la boca.

El viajero pasó al comedor y se sentó a la mesa, mientras, el granjero, un poco nervioso, entró en la cocina para hablar con su mujer. En voz baja, le dijo:

– Creo que este desconocido está forrado de dinero porque le ha regalado a nuestro hijo un billete ¡y le escuché decir que tiene muchos más!

– ¿En serio?… Pues entonces no podemos dejarle escapar ¡Tenemos que aprovecharnos de él como sea! vamos a intentar que esté lo más contento posible, ya se nos ocurrirá algo.

El granjero y su mujer adornaron la mesa con flores y sirvieron la comida en platos de porcelana fina para que se sintiera como un rey, pero el viajero sabía que tanta atención no era ni por caridad ni por amabilidad, sino que lo hacían por interés, porque pensaban que era rico y querían quedarse con parte de su dinero ¡El plan había surtido efecto porque era lo que él quería que pensaran!

– Muchas gracias, señores, todo estaba  realmente delicioso. Y ahora si me disculpan, necesito ir al servicio… ¿Podrían indicarme dónde está?

– ¡Claro, faltaría más! El servicio está junto al granero; salga y lo verá.

– Muchas gracias, caballero, ahora mismo vuelvo.

El astuto viajero salió de la casa con la intención de no volver. Afuera, junto a las escaleras de la entrada, seguía jugando el niño; parecía muy entretenido haciendo un avión de papel con el billete que un par de horas antes le había regalado. Se acercó a él y de un tirón, se lo quitó, lo guardó en su bolsillo y echó a correr.

REFLEXIÓN: No tenemos que tratar bien a los que me rodean por lo que podamos obtener de ellos, tenemos que tratar bien al que me pide ayuda porque es mi hermano y Dios nos dice que nos amemos unos a otros como Él nos ama a nosotros.

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Miércoles 17 de octubre de 2018

Había una vez un joven pastor que cada día salía al campo con su rebaño de cabras, al caer la tarde el chico silbaba y todos los animales se acercaban a él para regresar a la granja.

En una ocasión,  el pastorcillo las llamó como de costumbre pero algo extraño sucedió: por más que silbaba y hacía gestos con las manos, las cabras le ignoraban. No entendía nada y comenzó a gritar como un descosido:

– ¡Vamos, vamos, venid aquí, tenemos que irnos ya!

Nada, las cabras parecían sordas. El chico, desesperado, se sentó en una piedra y comenzó a llorar. Al ratito un lindo conejo se paró ante él y le preguntó:

– ¿Por qué lloras, amigo?

– Lloro porque las cabras no me hacen caso y si no regreso pronto mi padre me va a castigar.

– ¡No te preocupes, tranquilo, yo te ayudaré! ¡Ya verás cómo las hago caminar!

El conejo empezó a saltar y a gruñir entre las cabras para llamar su atención, pero ellas continuaron pastando como si fuera invisible. Abatido, se sentó en la piedra al lado del pastor y comenzó a llorar junto a él. Al rato pasó un lobo que al verlos llorando lo volvió a intentar, pero de nada sirvió, las cabras continuaron pastando tranquilamente, como si nada sucediera, por lo que los tres animales se quedaron llorando al ver que no podían hacer nada.

Al poco tiempo una abejita que volaba cerca se quedó muy sorprendida al ver el curioso grupo de animales llorando. Intrigadísima, se acercó zumbando y, sin posarse, preguntó al lobo:

– ¿Por qué lloras, lobo? ¡No es propio de ti!

– Lloro porque sus cabras no le hacen caso y si no regresa pronto su padre le va a castigar.

– Estaos tranquilos ¡yo haré que se vayan!

Por primera vez los tres dejaron de llorar y estallaron en carcajadas. El pastorcillo, sin dejar de reír, le dijo:

– ¿Tú, con lo pequeña que eres? ¡Qué graciosa! Si nosotros no lo hemos conseguido tú no tienes ninguna posibilidad.

El pequeño insecto se sintió dolido pero no se dio por vencido.

– ¿Ah, no?… ¡Ahora veréis!

Sin perder tiempo se fue hacia el rebaño y comenzó a zumbar sobre él. Las cabras, que tenían un oído muy fino, se sintieron muy molestas y dejaron de comer para taparse las orejas. Entonces, la abeja llevó a cabo la segunda parte del plan: sacó su afilado y brillante aguijón y se lo clavó a la cabra más anciana, que era la líder del grupo. Al sentir el picotazo la cabra salió corriendo hacia la granja y todas las demás la siguieron rápidamente.

El pastor, el conejo y el lobo contemplaron atónitos cómo todas atravesaban el cercado y se iban a la granja. Después, miraron sonrojados a la pequeña abeja y el pastor se disculpó en nombre de todos:

– Perdona, amiga, por habernos reído de ti ¡Nos has dado una buena lección! ¡Gracias por tu ayuda y hasta siempre!

REFLEXIÓN: lo importante no es ser grande o fuerte, sino tener confianza en uno mismo y en los demás para afrontar los problemas y las situaciones difíciles ¡Si te lo propones, casi todo se puede conseguir!

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Jueves 18 de octubre de 2018

Érase una vez un hermoso pajarito azul que vivía en un árbol en la cima de una montaña. Desde ese privilegiado lugar se veía el mar y se podía escuchar el sonido de las olas. Aunque su vida parecía envidiable, el pajarito azul no se sentía plenamente feliz, tenía un sueño: aprender a nadar. Por esta razón, mientras sus amigos disfrutaban picoteando cerezas o haciendo carreras en las praderas cercanas  él se pasaba horas mirando al mar y a los pececillos mientras se repetía una y otra vez: – ‘¡Cuánto me gustaría haber nacido pez!… Si pudiera cambiar mis alas por aletas no me lo pensaría dos veces.’

Pasó una gaviota que al verlo triste pensando en ser un pececillo le dijo: “Escúchame bien lo que te voy a decir: todos los seres del mundo tenemos un montón de virtudes, pero también algunas limitaciones que debemos aceptar con naturalidad.  ¿Es que nunca lo has pensado?”– La verdad es que no mucho dijo el pajarito azul.

Y la gaviota continuó con su explicación: “¿ves esos humanos que pasean descalzos por la playa?¡Jamás podrán volar por sí mismos como nosotras las aves, ni correr a la velocidad de los guepardos, ni saltar de rama en rama al estilo de los gorilas!”

El pajarito azul alegró un poco su cara al escuchar la explicación de la sabia gaviota.

– ¿Y qué me dices de nosotros los animales? ¡Todos tenemos capacidades diferentes! Los peces saben mejor que nadie cómo es el mar, los topos pueden excavar los más largos túneles…  En cambio tú puedes comer  fruta fresca, disfrutar del  aroma de las flores, volar sobre la brisa porque eres ligero como un pedacito de algodón…

El pajarito empezaba a comprender lo que su nueva amiga quería transmitirle.

– Sin ir más lejos ¡fíjate en ti y en mí! Es cierto que como nací gaviota puedo pescar en ese mar que tanto miras, pero soy tan grande que no puedo jugar al escondite entre los matorrales porque me destrozaría las alas. ¡Ah!,  y mejor no hablar de los terribles graznidos que suelto cada vez que muevo el pico… ¡No todos hemos nacido con esa voz melodiosa que tenéis los de tu especie, querido mío!

Las palabras de la gaviota calaron hondo en el corazón del pajarillo que, por primera vez en mucho tiempo, empezó a sentirse afortunado de ser quién era.

– ¡Tienes razón! La naturaleza ha sido generosa conmigo  y por culpa de mi cabezonería me estoy perdiendo muchas cosas.

La gaviota se alegró al ver que el pajarito azul iba recobrando  la ilusión y continuó con su enseñanza: “hay una cosilla más que debes aprender hoy”.

– ¿El qué, amiga gaviota? ¿A qué te refieres?

– Has entendido que debes aceptar tus limitaciones ¿verdad?, hay cosas que no podrás hacer tú solito, pero para eso están los amigos…  ¡Venga, súbete a  mi lomo que nos vamos de aventura! Y se fueron a disfrutar del mar.

REFLEXIÓN: lo importante  es valorar nuestras virtudes y no compararnos con los demás, ya que entre todos debemos completarnos y ayudarnos, aportando cada uno de nosotros lo mejor que tenemos para los demás.

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Viernes  19 de octubre de 2018

Hace muchos años existió un rey que tenía tres hijos trillizos, aunque el interior de cada uno de ellos era muy diferente; Luís era muy estirado y vivía preocupado por relacionarse con gente rica y poderosa. Jaime daba poca importancia a las cosas materiales, era un joven alegre y bromista preocupado por divertirse y pasarlo bien y Alberto era más tímido y tranquilo, le gustaba tocar el arpa, escribir poemas…

El día que cumplieron dieciocho años el rey quiso hacerles un regalo muy especial, los reunió en el salón  de los actos más solemnes y desde su trono cogió una pequeña caja de nácar y del interior sacó tres bolsitas de cuero.

– ¡Acercaos y tomad una cada uno! cada bolsa contiene cien monedas de oro, creo que es una cantidad suficiente para que os vayáis de viaje durante un mes! mi única condición es que partáis este mediodía y dentro de treinta días nos reunamos aquí y me contéis vuestra experiencia ¿De acuerdo?

Los tres jóvenes dieron las gracias y un fuerte abrazo a su padre. Después comenzaron su viaje, cada uno tomó la dirección que mejor le pareció para cumplir sus planes.

Luis decidió cabalgar hacia el Este, allí se concentraban las familias nobles más ricas e influyentes y creyó que había llegado el momento de conocerlas.  Jaime, se fue directo al Sur en busca de sol y alegría, necesitaba fiesta y sabía dónde encontrarla. A diferencia de sus hermanos, Alberto pensó que lo mejor era no hacer planes y recorrer el reino sin un rumbo fijo, sin un destino en concreto al que dirigirse.

Los días fueron pasando y llegó el momento de regresar para dar cuentas al rey, que  les recibió con cariñoso achuchón.

– Bienvenidos, hijos míos. ¡No os imagináis lo mucho que os he echado de menos! ¿A qué esperáis para contarme vuestras aventuras

Luis estaba desenado ser el primero en cotar su viaje:

– ¡La verdad es que yo he tenido un viaje magnífico!  No tardé más de un par de  días en llegar a la ciudad más próspera del reino, en cuanto se enteraron de mi presencia  los aristócratas me agasajaron con desfiles, fuegos artificiales y todo tipo de festejos. Además, como es natural, el tiempo que permanecí allí me alojé en elegantes palacetes, degusté  exquisitos manjares…

– Y mirad mi bolsa… ¡sigue llena! Me han invitado a todo…¿A que es genial?

El desparpajo de Luis hizo reír a su padre.

– ¡Ja, ja, ja! Está claro que has disfrutado y  me alegro mucho por ti.

Seguidamente, el rey miró a otro de sus hijos.

– Y tú, Jaime, ¿te lo has pasado igual de bien que tu hermano?

– ¡Oh, sí, sí, mejor que bien! al poco de partir me crucé con unos carromatos de artistas, como no me reconocieron les dije que era un comerciante y me dejaron unirme al grupo. ¡Fue estupendo! En cada pueblo al que iban ofrecían un espectáculo que dejaba a todo el mundo boquiabierto. Había: equilibristas, cómicos… yo me sentaba entre el público a verlos, una vez que recogían nos íbamos a cenar y  a bailar bajo la luz de la luna. ¡Ay, qué vida tan maravillosa!. Por cierto, me daban cama y comida a cambio de fregar los platos. ¡Tuve tan pocos gastos que traigo de vuelta casi todas las monedas que me llevé!

El padre suspiró pensando que su hijo no tenía remedio.

Finalmente, llegó el turno del tercer hermano.

– Bueno Alberto, ya solo quedas tú…  ¡Cuéntanos cómo te ha ido! No pareces muy alegre…

– Bueno, yo quise ver con mis propios ojos cómo viven los habitantes de nuestro reino. Durante un mes recorrí todas las granjas que pude y charlé con un montón de campesinos de las cosas que más les preocupaban, como la escasez de semillas y la falta de lluvia estos últimos años. Debo decir que todos fueron muy amables y compartieron conmigo lo poquito que tenían.

El anciano clavó su mirada en la del joven y le preguntó:

– No suena demasiado divertido…, ¿puedes explicarme de qué te ha servido todo eso?

Alberto contestó sin dudar

– ¡Para ver la realidad! ¡Para conocer lo que pasa más allá de los muros de palacio!… Los que estamos aquí lo tenemos todo, pero ahí fuera la mayoría de la población trabaja de sol a sol en circunstancias muy duras. ¿Sabíais que muchos no tienen ni un viejo arado que les facilite las tareas del campo? ¿Y que la mayoría sobrevive a base de pan y queso porque no tienen otra cosa que llevarse a la boca?…

A pesar de que lo que estaba contando era muy triste, Alberto no se vino abajo y expuso la parte positiva del viaje.

– ¡Lo bueno es que he tomado nota de todo y tengo un montón de ideas que podemos llevar a cabo para mejorar las condiciones  de vida de todas esas personas!  En cuanto a mis monedas siento decir  que vengo con el saquito vacío porque las repartí entre los más necesitados.

El rey, muy emocionado, se levantó y con voz grave anunció:

– Cuando tomé la decisión de invitaros a viajar fue para poneros a prueba. Miradme… ¡ ya soy un anciano! Necesito descansar, ha llegado la hora de que este reino tenga un nuevo gobernante que guíe su destino.

El rey suspiró con aire cansado se quitó la brillante corona de esmeraldas, la puso sobre la palma de sus manos, y se acercó a sus hijos.

– Querido Alberto… Te has convertido en un hombre culto y compasivo. Has aprovechado todos estos años para estudiar y formarte lo mejor posible porque has entendido perfectamente cuáles son las responsabilidades de un príncipe. Te interesa el bienestar de tu pueblo y te preocupan los más desfavorecidos. Mi corazón me dice que tú eres el elegido. A partir de hoy serás el rey de este reino. Gobierna con justicia y traerás prosperidad, gobierna con bondad y serás amado, gobierna con la razón y serás respetado.

REFLEXIÓN Alberto puso “primero  los últimos”, en su viaje no pensó en divertirse en fiestas, estar con los poderosos…; se preocupó por la gente del pueblo, por los más necesitados, poniéndolos a ellos en el primer lugar, conociendo sus necesidades para poderles ayudar. Por eso el rey le premió. Igual que Dios se alegra siempre que ponemos en primer lugar a los últimos, los más desfavorecidos.

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