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Lunes 28 de marzo
Sibylle
Sibylle y su amiga se conocen desde la escuela secundaria. Se hicieron íntimas durante las seis semanas de inmersión que todo escolar suizo debe realizar al inicio del curso.
Siempre supo que su amiga tenía una enfermedad renal que haría que su salud se deteriorase a medida que fuese creciendo. Pero nunca supo lo grave que era hasta que, hace un par de años, cuando estaban de excursión, su amiga le confió que su médico le había dicho que la habían incluído en la lista de espera de trasplantes.
Sin hermanos, hijos, sobrinas o sobrinos, no tenía ninguna posibilidad de tener un donante dentro de su familia.
Sibylle pasó la noche despierta y, a la mañana siguiente, le dijo a su amiga que estaba dispuesta a ser su donante. Pero primero tenía que averiguar si era compatible. Tuvo que someterse a un sin fin de pruebas. «Tuve que dar por lo menos 25 muestras de sangre diferentes», rememora. Finalmente le dijeron que su riñón podía salvar la vida a su amiga. ¡qué gran noticia! Pero faltaba algo más: decírselo a su familia.
La reacción no fue del todo positiva. Su suegra le recordó que tenía responsabilidades con sus hijos, que a su vez, al igual que su marido, le advirtieron de las consecuencias futuras que tendría para su salud. Al final han aceptado su voluntad, pero están preocupados por lo que podrá pasar a largo plazo.
A Sibylle se le ha preguntado repetidamente, y de varias maneras, si está absolutamente segura de su decisión. Le han dicho que puede cambiar de opinión en cualquier momento, incluso el mismo día de la operación.
Ella y su amiga tuvieron que someterse a terapia. Los médicos han advertido a Sibylle que puede sufrir depresión y que la relación con su amiga puede cambiar y deteriorarse.
«Creo que esto es solo algo que puedes hacer si te sientes realmente positiva y confiada», sostiene ella. «Tengo plena confianza en los médicos, así que no tengo miedo, en absoluto». «Lo principal es que yo tengo la capacidad de devolverle a alguien su vida y quiero hacerlo», concluye.
ORACIÓN
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Martes 29 de marzo
Os voy a hablar de mi abuela
Ella era una gran mujer empeñada en mantener la familia unida. Era capaz de madrugar para irnos a buscar a mis hermanas y a mí a nuestra casa para llevarnos al colegio puntualmente cada día. Cuando me ponía enferma ahí estaba, pendiente de mí mientras mis padres se iban a trabajar.
Siempre ha tenido las puertas abiertas para el que lo necesitase. Cualquier vecina lo sabía. Todos los nietos lo sabíamos.
Con sus ricas comidas nos tenía engatusados pero sobre todo nos ha enseñado que la entrega incondicional, da sentido a cualquier vida, por sencilla que parezca. Ese es el gran recuerdo que queda en las personas que la hemos conocido, aunque ella ahora no recuerde su pasado por su enfermedad, ha dejado una gran huella para el futuro.
En estos días la he recordado mucho más,, con su gran vitalidad y su amor a la vida. Señalando con gran fe, LA VIDA ES BELLA.
Gracias abuela:
– por cuidarme siempre
– por compartir tu sabiduría conmigo
– por enseñarme a valorar las pequeñas cosas
– por enseñarme que las cosas más importantes de la vida no se aprenden en la escuela.
Gracias abuela.
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Miércoles 30 de marzo
El padre Nicosia
El padre Gaetano Nicosia, es un misionero salesiano, llegó Macao, en 1963, para atender a unos cien leprosos que se habían refugiado en la isla de Coloane. Abandonados a su suerte, su situación era dramática, caracterizada por la terrible higiene, la violencia y los suicidios.
Nacido en Italia, en 1915, el sacerdote ya hablaba chino, pues había comenzado su obra misionera entre comunidades chinas desde 1935, en Hong Kong, Macao y en la provincia China de Guangdong, de donde fue expulsado por los comunistas en 1950.
Cuando el obispo de Macau pidió a los salesianos ayuda para atender a los leprosos de Coloane, el padre Nicosia dio su disponibilidad para vivir con ellos, como lo hizo san Damián de Molokai. Desde 1963 a 2011, durante 48 años, compartió su vida con los leprosos, transformando aquel lugar.
Las viviendas fueron arregladas, y se dispuso la conexión para el suministro de agua potable y corriente eléctrica además de brindar asistencia médica. También se construyó una fábrica y oficinas para desempeñar distintas tareas. Por el trabajo se percibía una remuneración. El pueblo instituyó un Consejo para la toma de decisiones de la vida comunitaria. El padre Gaetano vivió con ellos, llevándoles dignidad, bienestar y salud. Y la fe cristiana. “[El lugar] era un infierno – dijo un leproso- y ahora es un paraíso; el padre Gaetano es nuestro ángel”.
Logró que vinieran a la isla enfermeros y médicos; facilitó una alimentación sana y variada; restauró las casas introduciendo luz y agua potable; creó una granja y ofreció formación profesional para que cada uno pudiera ejercer un oficio; construyó una escuela y una iglesia.
En 2011, cuando el sacerdote ya muy anciano dejó esa misión, no quedaba ninguna persona con la enfermedad de Hansen. El testimonio de vida del salesiano llevó a la mayoría de los miembros de su comunidad a abrazar la fe cristiana. El padre Nicosia falleció en Hong Kong el pasado 6 noviembre, a los 102 años.
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Jueves 31 de marzo
Jesús de Nazaret
Jesús de Nazaret, es un nombre que seguro has escuchado. Mientras Jesús colgaba en la cruz, Él podía ver a la gente que lo había azotado. Él podía ver a los que lo habían crucificado en la cruz. Miró hacia el Cielo y rezó, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes” (Lucas 23:34). Jesús rezó por sus enemigos. Él quería que se salvaran.
Uno de los ladrones que fue crucificado con Jesús fue salvo porque aceptó al Señor Jesús como su Salvador. Él dijo, “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Jesús le respondió, “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).
Pero ¿por qué el Hijo de Dios murió en la cruz? Jesús murió para que pudiésemos ser perdonados de todos nuestros pecados. Jesús es el Hijo de Dios. Él nunca cometió ni un solo pecado en toda su vida, pero él cargó con el castigo por mis pecados y tus pecados.
Dios tomó todos mis pecados, todos tus pecados, y los pecados de todas las personas y los puso sobre Su Hijo. Todas mis mentiras, mi desobediencia, mi manera fea de hablar, mi egoísmo, mi temperamento fuerte, todos mis pecados fueron puestos sobre Jesús. La Biblia dice: “…más Jehová cargó en Él [ Jesús] el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6).
¡Piensa en el Hijo de Dios muriendo en una cruz como un criminal! ¿Por qué lo hizo? LO HIZO PORQUE NOS AMABA.
Hemos aprendido una maravillosa verdad: Jesucristo, el Hijo de Dios, murió por nuestros pecados. Es aún más maravilloso cuando dices: “¡Jesucristo, el Hijo de Dios, murió por MIS pecados!” ¿Podrías decirte eso ahora mismo?
Todos mis pecados estaban sobre Jesús cuando Él estaba en esa cruz, pero cuando Él se levantó de la tumba, todos habían desaparecido. ¿Qué le pasó a mis pecados? Dios los quitó. Los borró. ¡Se fueron por siempre! Dios dice que ni siquiera los recordará. En Su Palabra, Él dice, “Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (Hebreos 10:17).
¿Te gustaría agradecerle al Señor Jesús por morir por tus pecados? Tu puedes hacer esto ahora mismo. Sólo dile, “Señor Jesús, te doy las gracias por amarme tanto que moriste por mis pecados. Quiero que seas mi Salvador y mi mejor Amigo especial”.
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Viernes 1 de abril
Teresa de Calcuta
Nacida el 26 de agosto de 1910 en el seno de una familia albanesa en Skopje, capital de la actual república de Macedonia, que pertenecía entonces a Albania, Gonxhe Agnes Bojaxhiu entró en 1928 a formar parte de la orden religiosa Hermanas de Nuestra Señora de Loreto, cuya sede central se encuentra en Irlanda, tomando el nombre de Teresa en honor de Santa Teresa de Lisieux.
Enviada a Calcuta, en India, enseñó allí durante varios años en una escuela para niñas de clases altas, antes de recibir la «llamada de las llamadas», es decir la vocación de servir a Dios a través de los pobres.
El arzobispo de Calcuta en ese momento, Fernando Periers, se negaba a dejarla salir de su orden, aduciendo que era demasiado joven para esa labor pese a que tenía 37 años de edad y tachándola de «novata incapaz de iluminar correctamente una vela». Pero ella logró el apoyo de sus superiores e incluso del papa Pío XII.
A principios de 1948 se trasladó a vivir en los barrios pobres de Calcuta, donde sus exalumnas se convirtieron junto a ella en las primeras Misioneras de la Caridad. En 1952, al tener que asistir a una mujer moribunda abandonada en la calle con los pies roídos por las ratas, algo que la conmueve profundamente, decidió volcarse completamente en una nueva tarea: ayudar a los más pobres entre los pobres. Tras acosar a las autoridades de la ciudad, obtuvo que le cedieran un viejo edificio para dar cabida a los enfermos de tuberculosis, disentería y tétanos, es decir a aquellos que ni los hospitales querían atender.
Decenas de miles de necesitados pasaron por ese «hospicio»: muchos encontraron una muerte digna, siempre en el respeto a su propia religión, otros se recuperaron gracias a los cuidados de las monjas.
En Calcuta, Madre Teresa abrió también un orfanato, Sishu Bhavan, y un centro para leprosos, Shantinagar, donde actualmente se tejen los saris blancos con borde azul que usan las 4.500 Misioneras de la Caridad repartidas en más de 100 países.
Siempre pensando en los más desfavorecidos, en una ocasión le preguntó al papa si las riquezas del Vaticano podían ser utilizadas para los pobres. El papa entonces le donó un Rolls Royce, un coche carísimo, el cual vendió rápidamente a buen precio en una subasta. La congregación se extendió por el mundo y llegó a fundar casas en América Latina, en particular en Venezuela. El papa Juan Pablo II reconoció públicamente su admiración por esa monja menuda y a la vez firme, y a mediados de los 80 bendijo la primera piedra de la casa que abrió en Roma para acoger a vagabundos.
Las misioneras de la Caridad tenían unas 600 casas en cerca de 120 países cuando la madre Teresa murió un 5 de septiembre en 1997. Sunita Kumar, quien fue amiga de la religiosa y ahora hace de portavoz de la orden, explica que la congregación cuenta hoy con 745 centros en unos 140 países, que atienden más de 5.000 misioneras con ayuda de cerca de 400 novicias y una legión de voluntarios.
Toda una vida ofrecida a los demás
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